Y ahora una digresión Consideremos
esa variante del amor que nunca
puede llamarse amor
Son aislados instantes sin futuro
En la ciudad donde estaré tres días
nos encontramos
Hablamos cien palabras
Pero un brillo en los ojos un silencio
o el roce de las manos que se despiden
prende la luz de la imaginación
Sin motivo ni causa uno supone
que llegó pronto o tarde
y se duele
["no habernos conocido..."]
E involuntariamente
ocupas tu fiel nicho
en un célibe harén de sombras y humo
Intocable
incorruptible al yugo del amor
viva en lo que llamó De Rougemont
la posesión por pérdida.
Poema publicado en Los grandes de la poesía moderna. Poetas mexicanos/vol.2. Material de lectura, UNAM. México, 1984. (pág. 33).
Un verso de Baudelaire le sirve al poeta mexicano José Emilio Pacheco para titular uno de los poemas de amor más pasmados de nuestra lengua, con lo que el tono y el tema son uno. Lo particular del poema del mexicano es la música, entre la alteración y la resignación, pasmada, se ha dicho, como los cortos amores actuales. El verso original de Baudelaire corresponde a un tema similar: el amor que se ve en una transeúnte y se pierde para siempre. Es de su poema À Une Passante, y el inmortal verso completo dice: ô toi que j'eusse aimée ô toi qui le savais (¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!). Este texto y el poema de Baudelaire fueron tomados de Descabellos
La calle atronadora aullaba en torno mío.
Alta, esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía, oscilantes, las vueltas de sus velos,
Agilísima y noble, con dos piernas marmóreas.
De súbito bebí, con crispación de loco.
Y en su mirada lívida, centro de mil tomados,
El placer que aniquila, la miel paralizante.
Un relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!