lunes, 18 de noviembre de 2013

La forma del espacio de Italo Calvino

Las ecuaciones del campo gravitacional que ponen en relación la curvatura del espacio con la distribución de la materia empiezan ya a formar parte del sentido común.

Caer en el vacío, como caía yo, ninguno de ustedes sabe lo que quiere decir. Para ustedes caer es tirase quizá desde el piso veinte de un rascacielos, o desde un avión que se avería en vuelo; precipitarse cabeza abajo, manotear un poco en el aire, y la tierra está de pronto ahí, y uno se da un gran porrazo. Yo les hablo en cambio de cuando no había debajo tierra alguna ni nada sólido, ni siquiera un cuerpo celeste en lontananza capaz de atraerte a su órbita. Se caía así, indefinidamente, durante un tiempo indefinido. Bajaba en el vacío hasta el extremo límite a cuyo fondo es pensable que se pueda bajar, y una vez allí veía que aquel extremo límite debía estar mucho, pero mucho más abajo, lejísimos, y seguía cayendo para alcanzarlo. No habiendo puntos de referencia, no tenía idea si ni caída era precipitada o lenta. Ahora que lo pienso, no tenía pruebas siquiera de que estuviera cayendo realmente: quizá había permanecido siempre inmóvil en el mismo sitio, o me movía en sentido ascendente; como no había ni un arriba ni un abajo, éstas eran sólo cuestiones nominales y daba lo mismo seguir pensando que caía, como era natural pensarlo.

Admitiendo pues que cayéramos, caíamos todos con la misma velocidad y aceleración; en realidad estábamos siempre más o menos a la misma altura, yo, Ursula H´x, el Teniente Fenimore. No le quitaba los ojos de encima a Ursula H´x porque era muy hermosa de ver, y tenía en el caer una actitud suelta y laxa; esperaba atinar alguna vez a interceptar su mirada, pero Ursula H´x mientras caía estaba siempre ocupada en limarse y lustrarse la uñas o en pasarse el peine por el pelo largo y lacio, y no volvía jamás los ojos hacia mí. Hacia el Tenienta Fenimore tampoco, debo decirlo, aunque hiciera de todo para atraer su atención.

Una vez lo sorprendí –creía que yo no lo veía- haciendo señas a Ursula H´x: primero golpeaba los dos índices extendidos uno contra el otro, después hacía un gesto de rotación con una mano, después señalaba hacia abajo. En una palabra, parecía aludir a un entendimiento con ella, a una cita para más tarde, en una localidad cualquiera de abajo donde se encontrarían. Todas patrañas, yo lo sabía perfectamente: no había encuentros posibles entre nosotros, porque nuestras caídas eran paralelas y entre nosotros se mantenía siempre la misma distancia. Pero que al Teniente Fenimore se le metiese en la cabeza una idea de este tipo –y tratara de metérsela en la cabeza a Ursula H´x- bastaba para atacarme los nervios, a pesar de que ella no le hiciera caso, e incluso emitiera con los labios un leve trompeteo dirigiéndose –creo que no cabían dudas- justamente a él. (Ursula H´x caía rodando sobre sí misma con movimientos perezosos como si se arrebujara en su cama y era difícil saber si un gesto se dirigía a uno y no a otro, o si estaba jugueteando por su cuenta, como de costumbre.)

También yo, naturalmente, no soñaba más que con encontrar a Ursula H´x, pero como en mi caída seguía una recta absolutamente paralela a la de ella, me parecía fuera de lugar manifestar un deseo irrealizable. Desde luego, si se quería ser optimista, quedaba siempre la posibilidad de que, siguiendo nuestras dos paralelas hasta el infinito, llegara el momento en que se tocasen. Esta eventualidad bastaba para darme unas esperanzas, más aún, para mantenerme en una continua excitación. Les diré que un encuentro de nuestras paralelas yo lo había soñado tanto, en todos sus detalles, que formaban parte ya de mi experiencia como si los hubiera vivido. Todo sucedería de un momento a otro, con sencillez y naturalidad: después de tanto andar separados sin poder acercarnos un palmo, después de haberla sentido extraña, prisionera de su trayecto paralelo, la consistencia del espacio, que siempre había sido impalpable, se volvería más tensa y al mismo tiempo más blanda, un espesarse del vacío que parecería venir no de afuera sino de dentro de nosotros, y nos apretaría a Ursula H´x y a mí (me bastaba cerrar los ojos para verla adelantarse, en una actitud que sabía suya aunque fuera distinta de todas las actitudes que le eran habituales: los brazos extendidos hacia abajo, pegados a las caderas, torciendo las muñecas como si se estirara y al mismo tiempo intentara un forcejeo que era también una manera casi serpentina de echarse hacia adelante), y entonces la línea invisible que recorría yo y la que ella recorría se convertían en una sola línea, ocupada por una mezcolanza de ella y de mí donde todo lo que en ella era suave y secreto era penetrado, más aún, envolvía y casi diría sorbía todo lo que en mí con más tensión había llegado hasta allí, padeciendo por estar solo, separado y seco.

Sucede con los sueños más hermosos que se transforman de pronto en pesadillas, y así se me ocurría entonces que el punto de encuentro de nuestras dos paralelas podía ser aquel en el que se encuentran todas las paralelas existentes en el espacio, y entonces no hubiera marcado el encuentro mío y de Ursula H´x solamente, sino también –¡perspectiva execrable!- del Teniente Fenimore. En el mismo momento en que Ursula H´x dejara de serme extraña, un extraño con sus finos bigotitos negros compartiría nuestra intimidad de modo inextricable; este pensamiento bastaba para lanzarme en las más desgarradoras alucinaciones de los celos: oía el grito que nuestro encuentro –de ella y mío- nos arrancaba, fundirse en un unísono espasmódicamente gozoso y entonces -¡me petrificaba el presentimiento!- de él se desprendía lancinante el grito de Ursula H´x violada –así lo imaginaba en mi rencorosa parcialidad- por la espalda, y al mismo tiempo el grito de vulgar triunfo del Teniente, pero quizá –y aquí mis celos llegaban al delirio- esos gritos –de ella y de él- podían también no ser tan distintos y disonantes, podían alcanzar también un unísono, sumarse en un único grito de verdadero placer, distinguiéndose del grito incontenible que irrumpiría de mis labios.

En este alternarse de esperanzas y aprensiones continuaba mi caída, pero sin dejar de escrutar en la profundidad del espacio algo que anunciase un cambio actual o futuro de nuestra condición. Un par de veces logré divisar un universo, pero estaba lejos y se veía pequeño pequeño, muy hacia la derecha o hacia la izquierda; apenas me daba tiempo de distinguir algunas galaxias como puntitos lucientes reagrupados en montones superpuestos que giraban con un débil zumbido, y todo se disipaba ya como había aparecido, hacia arriba o al costado, como para dudar de que hubiera sido un deslumbramiento de la vista.

-¡Allá! ¡Mira! ¡Allá hay un universo! ¡Mira allá! ¡Allá hay algo! –gritaba yo a Ursula H´x señalándole en aquella dirección, pero ella, con la lengua apretada entre los dientes, estaba muy ocupada en acariciarse la piel lisa y tersa de las piernas en busca de rarísimos y casi invisibles pelos superfluos para arrancarlos con un tirón seco de la uñas como pinzas, y la única señal de que hubiera entendido mi llamada podía ser la forma en que extendía una pierna hacia arriba, como para aprovechar –se hubiera dicho- para su metódica inspección la poca luz que reverberase en aquel lejano firmamento.

Inútil decir cuánto desdén demostraba el Teniente Fenimore por lo que yo podía haber descubierto: se encogió de hombros –haciendo saltar las charreteras, la bandolera y las condecoraciones con las que inútilmente se enjaezaba- y se volvía en dirección opuesta con una risita burlona. Salvo que fuera él (cuando estaba seguro de que yo miraba en otra dirección) quien para despertar la curiosidad de Ursula (y entonces me tocaba el turno de reír al ver que ella, por toda respuesta, giraba sobre sí misma en una especie de cabriola dándole el trasero, movimiento indudablemente poco respetuoso pero bello de ver, tanto que después de haberme alegrado como si fuera una humillación para mi rival, me sorprendía envidiándolo como si fuera un privilegio) señalaba un débil punto que huía en el espacio voceando:

- ¡Allá! ¡Allá! ¡Un universo! ¡Así de grande! ¡Lo ví! ¡Es un universo!

No digo que mintiera: afirmaciones de esa índole, por lo que sé, podrían ser tanto verdaderas como falsas. Que cada tanto pasáramos a la vera de un universo, estaba probado (o bien que un universo pasara a la vera de nosotros), pero no se sabía si había muchos universos diseminados en el espacio o si siempre seguíamos cruzándonos con el mismo universo girando en una misteriosa trayectoria, o si en cambio no había ningún universo y aquel que creíamos ver era el espejismo de un universo que quizá hubiera existido alguna vez y cuya imagen continuaba rebotando en las paredes del espacio como el retumbo de un eco. Pero podía se también que los universos siempre hubieran estado allí, tupicados a nuestro alrededor, y ni que soñaran en moverse, y nosotros tampoco nos moviéramos, y todo estuviera quieto para siempre, sin tiempo, en una oscuridad punteada de rápidos centelleos cuando algo o alguien lograba por un momento despegarse de aquella tórpida ausencia de tiempo e insinuar la apariencia de un movimiento.

Todas hipótesis igualmente dignas de ser tenidas en cuenta y de las que me interesaba solamente lo que se relacionaba con nuestra caída y con lograr o no tocar a Ursula H´x. En una palabra, nadie sabía nada. Y entonces ¿por qué el presuntuoso de Fenimore adoptaba a veces un aire de superioridad, como quien está seguro de sí mismo? Se había dado cuenta de que cuando quería hacerme rabiar el sistema más seguro era fingir que tenía con Ursula H´x una familiaridad de larga data. En ciertos momentos Ursula bajaba balanceándose, las rodillas juntas, desplazando el peso del cuerpo hacia aquí o hacia allá, como ondulando en un zig-zag cada vez más amplio: todo para engañar el aburrimiento de aquella interminable caída. Y entonces el Teniente también se ponía a ondular, tratando de conseguir el mismo ritmo que ella, como si siguiera la misma pista invisible, más , como si bailara al son de la misma música audible únicamente para ellos dos, que él fingía directamente silbotear, y poniendo, sólo él, una especie de segunda intención, como si yo no lo supiera, pero bastaba para meterme en la cabeza la idea de que un encuentro entre Ursula H´x y el Teniente Fenimore podía haber ocurrido ya, quién sabe cuánto tiempo antes, en el origen de sus trayectorias, y esta idea me producía una comezón dolorosa, como una injusticia cometida a mis expensas. Pero pensándolo bien, si Ursula y el Teniente habían ocupado en un tiempo el mismo punto del espacio, era señal de que las respectivas líneas de caída se habían ido alejando y probablemente seguían alejándose. Ahora bien, en este lento pero continuo alejamiento del Teniente, nada más fácil que Ursula se acercase a mí; por lo tanto, el Teniente no tenía mayormente por qué enorgullecerse de sus pasadas intimidades: el futuro me sonreía a mí.

Arte: Hideaki Kawashima 
(http://www.rexolucionvectorial.com/arte/hideaki-kawashima/)



El razonamiento que me llevaba a esta conclusión no bastaba para tranquilizarme íntimamente: la eventualidad de que Ursula H´x hubiera encontrado ya al Teniente era de por sí un daño que de haberme sido hecho no podía ser rescatado. Debo añadir que pasado y futuro eran para mí términos vagos, entre los cuales no conseguía establecer una distinción: mi memoria no iba más allá del interminable presente de nuestra caída paralela, y lo que hubiera podido ser antes, como no era posible recordarlo, pertenecía al mismo mundo imaginario del futuro y con el futuro se confundía. Así yo podía incluso suponer que si alguna vez habían partido de un mismo punto dos paralelas, éstas fueran las líneas que seguíamos Ursula H´x y yo (en este caso la nostalgia de una identidad perdida era la que alimentaba mi ansioso deseo de encontrarla); pero a esta hipótesis me resistía a darle crédito, porque podía implicar un alejamiento progresivo de nosotros y quizá un arribo de ella a los brazos galonados del Teniente Fenimore, pero sobre todo porque no sabía salir del presente sino para imaginarme un presente distinto, y todo el resto no contaba.

Quizá era éste el secreto: identificarse tanto con el propio estado de caída como para llegar a comprender que la línea seguida al caer no era la que parecía sino otra, o sea llegar a cambiar aquella línea de la única manera en que se podía cambiarla, es decir, haciéndola llegar a ser lo que realmente había sido siempre. Pero esta idea no se me ocurrió concentrándome en mí mismo, sino observando con ojos enamorados lo bella que era Ursula H´x también vista de atrás, y comprobando, en el momento en que pasábamos a la vista de un lejanísimo sistema de constelaciones, un enarcarse de la espalda y una especie de sacudida del trasero, pero no tanto del trasero en sí como cierta manera que tenía lo exterior de restregarse contra el trasero y de provocar una reacción nada antipática de parte del trasero mismo. Bastó esta fugaz impresión para hacerme ver la situación de una manera nueva: si era cierto que el espacio con algo adentro es distinto del espacio vacío porque la materia provoca en él una curvatura o tensión que obliga a todas las líneas en él contenidas a tenderse o curvarse, entonces la línea que cada uno de nosotros seguía era una recta de la única manera en que una recta puede ser recta, esto es, deformándose tanto como la límpida armonía del vacío general es deformada por el estorbo de la materia, o sea enroscándose todo alrededor de ese ñoqui o puerro o excrecencia que es el universo en medio del espacio.

Mi punto de referencia era siempre Ursula y en realidad cierto andar suyo como rodando podía hacer más familiar la idea de que nuestra caída fuera un atornillarse y desatornillarse en una especie de espiral que por momentos se estrechaba y por momentos se ensanchaba. Pero esas desbandadas de Ursula se producían –si se miraba bien- a veces en un sentido a veces en otro, de modo que el diseño que trazábamos era más complicado. El universo era pues convidado no como una hinchazón grosera plantada allí como un nabo, sino como una figura espigada y puntiaguda en la que a cada entrada o sapiencia o faceta correspondían cavidades y protuberancias y denticulados del espacio y de las líneas recorridas por nosotros. Pero ésta era también una imagen esquemática, como si tuviéramos que habérnoslas con un sólido de paredes lisas, una compenetración de poliedros, un agregado de cristales; en realidad el espacio en el que nos movíamos estaba todo almenado y perforado, con agujas y pináculos que irradiaban de todas partes, con cúpulas y balaustres y peristilos, con ajimeces y triforios y rosetones, y mientras creíamos desplomarnos en línea recta en realidad nos deslizábamos por el borde de molduras y frisos invisibles, como hormigas que para atravesar una ciudad siguen recorridos trazados no sobre el pavimento de las calles sino a lo largo de las paredes y los cielos rasos y las cornisas y las lámparas. Pero decir ciudad equivale a tener en la mente figuras de algún modo regulares, con ángulos rectos y proporciones simétricas, cuando por el contrario debemos tener siempre presente cómo se recorta el espacio en torno a cada cerezo y a cada hoja de cada rama que se mueve al viento, y a cada dentelladura del borde de cada hoja, y también como se modela sobre cada nervadura de hoja, y sobre la red de vetas en el interior de la hoja cuyos entrecruzamientos traspasan a cada momento las flechas de la luz, todo estampado en negativo en la pasta del vacío, de modo que no hay nada que no deje su huella, toda huella posible de toda cosa posible, y al mismo tiempo toda transformación de las huellas instante por instante, de modo que el forúnculo que crece en la nariz de un califa o la pompa de jabón que se posa en el pecho de una lavandera cambian la forma general del espacio en todas sus dimensiones,

Me bastó comprender que el espacio estaba conformado de esta manera para darme cuenta de que en él se embolsaban unas cavidades suaves y acogedoras como hamacas en las que yo podía encontrarme unido a Ursula H´x y mecerme con ella mordisqueándonos mutuamente todo el cuerpo. Las propiedades del espacio eran en realidad tales que una paralela tomaba por un lado y otra por el otro, yo por ejemplo me precipitaba en una caverna tortuosa mientras Ursula H´x era sorbida por una galería que comunicaba con dicha caverna de modo que nos encontrábamos rodando juntos sobre una alfombra de algas en una especie de isla subespacial trenzándonos en todas las posturas y vuelcos, hasta que de pronto nuestras dos rectas recuperaban su distancia siempre igual y proseguían cada una por su cuenta como si nada hubiera sucedido.

La textura del espacio era porosa y quebrada, con grietas y dunas. Prestando mucha atención, podía saber cuando el recorrido del Teniente Fenimore pasaba por el fondo de un cañón estrecho y tortuoso; entonces me apostaba en lo alto de un acantilado y en el momento justo me le echaba encima, tratando de golpearlo con todo mi peso en las vértebras cervicales. El fondo de estos precipicios del vacío era pedregoso como el fondo de un torrente seco, y entre dos punzones de roca que afloraban en Teniente Fenimore derribado quedaba con la cabeza encajada y yo le metía una rodilla en el estómago, pero él entre tanto me aplastaba las falanges contra las espinas de un cacto -¿o el dorso de un puercoespín?- (espinas de todos modos de las que corresponden a ciertas agudas contracciones del espacio) para que no consiguiera apoderarme de la pistola que le había hecho caer de un puntapié. No sé cómo me encontré un instante después con la cabeza metida en la granulosidad sofocante de los estratos en los que el espacio cede desmoronándose como arena; escupí, aturdido y ciego; Fenimore había conseguido recobrar su pistola; una bala me silbó al oído, desviada por una proliferación del vacío que se elevaba en forma de termitera. Y ya me le había ido encima echándole las manos a la garganta para destrozarlo, pero mis manos golpearon una contra otra en un “¡paf!”: nuestros caminos habían vuelto a ser paralelos, y el Teniente Fenimore y yo bajábamos manteniendo nuestras consabidas distancias y dándonos ostensiblemente la espalda como dos que fingen no haberse visto ni conocido jamás.

Las que podían considerarse, pues, líneas rectas unidimensionales eran similares en sus efectos a renglones de escritura cursiva trazados en una página blanca por una pluma que desplaza palabras y fragmentos de frases de un renglón a otro con inserciones y remisiones en su prisa por terminar una exposición que avanza a través de aproximaciones sucesivas y siempre insatisfactorias, y así nos seguíamos, el Teniente Fenimore y yo, escondiéndonos detrás de la “l”, sobre todo de las “l” de la palabra “paralelas”, para disipar y protegernos de las balas y fingirnos muertos y esperar a que pase Fenimore para hacerle una zancadilla y arrastrarlo por los pies haciéndole golpear con el mentón en el fondo de la “v” y de las “u” y de las “m y de las “n” que escritas en cursiva, todas iguales, se convierten en una sucesión de tumbos por los hoyos del pavimento, por ejemplo en la expresión “universo unidimensional” dejándolo tendido en un punto todo hollado de tachaduras y de allí alzarme embadurnado de tinta agrumada y correr hacia Ursula H´x que querría hacerse la pícara deslizándose dentro de los nudos de la “f” que se afina hasta volverse filiarme, pero yo la tomo por el pelo y la doblo contra una “d” o una “t”, así como las escribo ahora aprisa, tan inclinadas que es posible tenderse encima, después cavamos abajo un nicho en la “j”, en la “j” de abajo, una guarida subterránea que se puede adaptar a gusto a nuestras dimensiones o hace más recogida y casi invisible, o bien disponer más en sentido horizontal para quedar bien acostados. Mientras naturalmente los mismos renglones y aún las sucesiones de letras y palabras pueden muy bien desenrollarse en su hilo negro y tenderse en líneas rectas continuas paralelas que no significan nada más que ellas mismas en su deslizarse continuo sin encontrase nunca, como no nos encontramos nunca en nuestra continua caída yo, Ursula H´x, el Teniente Fenimore, todos los demás.

(Cuento publicado en Las Cosmicómicas, una colección de doce cuentos escritos por Italo Calvino entre 1963 y 1964. Publicados mayormente en los periódicos Il caffè e Il giorno y luego editados como colección en 1965 por Einaudi.)

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