“Realista como soy, me sirvo de la pluma y el pincel principalmente para dibujar lo que veo y observo, y eso casi nunca es romántico, sino prosaico y poco placentero. El diablo sabe cómo ocurre: si uno mira con atención, hombres y objetos aparecen miserables, desagradables y, frecuentemente, absurdos o ambivalentes. Mi observación crítica siempre es una suerte de pregunta sobre el sentido, el fin y el objeto… pero rara vez hay una respuesta satisfactoria. Por eso hago mis dibujos a modo de respuesta. ¡Sobrios y sin secreto! Así pasan los hombres unos al lado de otros… donde estuvieron quedan lugares vacíos; con los medios de que dispongo intento captar esto”.
George Grosz
Los Pilares de la Sociedad (1926)- El sarcasmo del título de este cuadro es sólo comparable al de la propia imagen, resumen de la crítica social del autor que abarca a todos. Aparecen representantes de distintas clases con atributos y rasgos que los definen: el burgués, pagado de su condición de alemán; el político, el militar, el periodista y el cura que lo bendice todo indiscriminadamente. La alegoría contemporánea de Grosz está cargada de violencia.
George Grosz, seudónimo de George Ehrenfried (Berlín 1893-1959), fue un pintor alemán con un inmenso talento artístico. Emergió en la pintura con sus -casi caricaturas- las que se enfrentaron a un mundo civilizado, que ya a comienzos del siglo XX sufría unas carencias humanas visibles para un buen observador. Su estilo recuerda inevitablemente a las viñetas aparecidas en algunos periódicos, como sintomática exposición de un mundo que ya resultaba sospechoso para unas cuantas mentes lúcidas. Su formación artística la empezó en Dresde (1909-1911) para continuar en 1912 en la escuela que dependía del Museo de Artes y Oficios de Berlín, escuela donde afirmó sus dotes de caricaturista.
jueves, 28 de marzo de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
lunes, 18 de marzo de 2013
La Compuerta número 12
“Baldomero
Lillo, escritor realista, anotó minuciosamente la vida del trabajador de las
minas. Sus narraciones, siempre con un gran contenido social, tienen la
intensidad de un grito de protesta, cuya resonancia, a pesar de los progresos
técnicos, no se ha extinguido. Varios de sus cuentos son documentales. En
ellos, el decir escueto y la intención social se armonizan con maestría. Se le
considera como el padre del realismo social
chileno” (http://www.memoriachilena.cl/temas/index.asp?id_ut=baldomerolillo(1867-1923)
LA COMPUERTA NUMERO 12
Pablo se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Zumbábanle los oídos y el piso que huía debajo de sus pies le producía una extraña sensación de angustia. Creíase precipitado en aquel agujero cuya negra abertura había entrevisto al penetrar en la jaula, y sus grandes ojos miraban con espanto las lóbregas paredes del pozo en el que se hundían con vertiginosa rapidez. En aquel silencioso descenso sin trepidación ni más ruido que el del agua goteando sobre la techumbre de hierro las luces de las lámparas parecían prontas a extinguirse y a sus débiles destellos se delineaban vagamente en la penumbra las hendiduras y partes salientes de la roca; una serie interminable de negras sombras que volaban como saetas hacia lo alto.
Pasado un minuto, la velocidad disminuyó bruscamente, los pies asentáronse con más solidez en el piso fugitivo y el pesado armazón de hierro, con un áspero rechinar de goznes y de cadenas, quedó inmóvil a la entrada de la galería.El viejo tomó de la mano al pequeño y juntos se internaron en el negro túnel. Eran de los primeros en llegar y el movimiento de la mina no empezaba aún. De la galería bastante alta para permitir al minero erguir su elevada talla, sólo se distinguía parte de la techumbre cruzada por gruesos maderos. Las paredes laterales permanecían invisibles en la oscuridad profunda que llenaba la vasta y lóbrega excavación.
A cuarenta metros del pique se detuvieron ante una especie de gruta excavada en la roca. Del techo agrietado, de color de hollín, colgaba un candil de hoja de lata cuyo macilento resplandor daba a la estancia la apariencia de una cripta enlutada y llena de sombras. En el fondo, sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía anotaciones en un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado por profundas arrugas. Al ruido de pasos levantó la cabeza y fijó una mirada interrogadora en el viejo minero, quien avanzó con timidez, diciendo con voz llena de sumisión y de respeto:
-Señor, aquí traigo el chico.
Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho. Sus delgados miembros y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos muy abiertos como de medrosa bestezuela, lo impresionaron desfavorablemente, y su corazón endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias, experimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado de sus juegos infantiles y condenado, como tantas infelices criaturas, a languidecer miserablemente en las humildes galerías, junto a las puertas de ventilación. Las duras líneas de su rostro se suavizaron y con fingida aspereza le dijo al viejo que muy inquieto por aquel examen fijaba en él una ansiosa mirada:
-¡Hombre! Este muchacho es todavía muy débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?
-Sí, señor.
-Pues debías tener lástima de sus pocos años y antes de enterrarlo aquí enviarlo a la escuela por algún tiempo.
-Señor -balbuceó la voz ruda del minero en la que vibraba un acento de dolorosa súplica-. Somos seis en casa y uno solo el que trabaja, Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron nunca otra escuela que la mina.
Su voz opaca y temblorosa se extinguió repentinamente en un acceso de tos, pero sus ojos húmedos imploraban con tal insistencia, que el capataz vencido por aquel mudo ruego llevó a sus labios un silbato y arrancó de él un sonido agudo que repercutió a lo lejos en la desierta galería. Oyóse un rumor de pasos precipitados y una oscura silueta se dibujó en el hueco de la puerta.
-Juan -exclamó el hombrecillo, dirigiéndose al recién llegado- lleva este chico a la compuerta número doce, reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida.
Y volviéndose bruscamente hacia el viejo, que empezaba a murmurar una frase de agradecimiento, díjole con tono duro y severo:
-He visto que en la última semana no has alcanzado a los cinco cajones que es el mínimum diario que se exige a cada barretero. No olvides que si esto sucede otra vez, será preciso darte de baja para que ocupe tu sitio otro más activo.
Y haciendo con la diestra un ademán enérgico, lo despidió. Los tres se marcharon silenciosos y el rumor de sus pisadas fue alejándose poco a poco en la oscura galería. Caminaban entre dos hileras de rieles cuyas traviesas hundidas en el suelo fangoso trataban de evitar alargando o acortando el paso, guiándose por los gruesos clavos que sujetaban las barras de acero. El guía, un hombre joven aún, iba delante y más atrás con el pequeño Pablo de la mano seguía el viejo con la barba sumida en el pecho, hondamente preocupado. Las palabras del capataz y la amenaza en ellas contenida habían llenado de angustia su corazón. Desde algún tiempo su decadencia era visible para todos; cada día se acercaba más el fatal lindero que una vez traspasado convierte al obrero viejo en un trasto inútil dentro de la mina. El balde desde el amanecer hasta la noche durante catorce horas mortales, revolviéndose como un reptil en la estrecha labor, atacaba la hulla furiosamente, encarnizándose contra el filón inagotable, que tantas generaciones de forzados como él arañaban sin cesar en las entrañas de la tierra.
Pero aquella lucha tenaz y sin tregua convertía muy pronto en viejos decrépitos a los más jóvenes y vigorosos. Allí en la lóbrega madriguera húmeda y estrecha, encorvábanse las espaldas y aflojábanse los músculos y, como el potro resabiado que se estremece tembloroso a la vista de la vara, los viejos mineros cada mañana sentían tiritar sus carnes al contacto de la vena. Pero el hambre es aguijón más eficaz que el látigo y la espuela, y reanudaban taciturnos la tarea agobiadora, y la veta entera acribillada por mil partes por aquella carcoma humana, vibraba sutilmente, desmoronándose pedazo a pedazo, mordida por el diente cuadrangular del pico, como la arenisca de la ribera a los embates del mar. La súbita detención del guía arrancó al viejo de sus tristes cavilaciones. Una puerta les cerraba el camino en aquella dirección, y en el suelo arrimado a la pared había un bulto pequeño cuyos contornos se destacaban confusamente heridos por las luces vacilantes de las lámparas: era un niño de diez años acurrucado en un hueco de la muralla. Con los codos en las rodillas y el pálido rostro entre las manos enflaquecidas, mudo e inmóvil, pareció no percibir a los obreros que traspusieron el umbral y lo dejaron de nuevo sumido en la obscuridad. Sus ojos abiertos, sin expresión, estaban fijos obstinadamente hacia arriba, absortos tal vez, en la contemplación de un panorama imaginario que, como el miraje del desierto, atraía sus pupilas sedientas de luz, húmedas por la nostalgia del lejano resplandor del día.Encargado del manejo de esa puerta, pasaba las horas interminables de su encierro sumergido en un ensimismamiento doloroso, abrumado por aquella lápida enorme que abogó para siempre en él la inquieta y grácil movilidad de la infancia, cuyos sufrimientos dejan en el alma que los comprende una amargura infinita y un sentimiento de execración acerbo por el egoísmo y la cobardía humanos.
Los dos hombres y el niño después de caminar algún tiempo por un estrecho corredor, desembocaron en una alta galería de arrastre de cuya techumbre caía una lluvia continua de gruesas gotas de agua. Un ruido sordo y lejano, como si un martillo gigantesco golpease sobre sus cabezas la armadura del planeta, escuchábase a intervalos. Aquel rumor, cuyo origen Pablo no acertaba a explicarse, era el choque de las olas en las rompientes de la costa. Anduvieron aún un corto trecho y se encontraron por fin delante
de la compuerta número doce.
-Aquí es -dijo el guía, deteniéndose junto a la hoja de tablas que giraba sujeta a un marco de madera incrustado en una roca.
Las tinieblas eran tan espesas que las rojizas luces de las lámparas, sujetas a las viseras de las gorras de cuero, apenas dejaban entrever aquel obstáculo. Pablo, que no se explicaba ese alto repentino, contemplaba silencioso a sus acompañantes, quienes, después de cambiar entre sí algunas palabras breves y rápidas, se pusieron a enseñarle con jovialidad y empeño el manejo de la compuerta. El rapaz, siguiendo sus indicaciones, la abrió y cerró repetidas veces, desvaneciendo la incertidumbre del padre que temía que las fuerzas de su hijo no bastasen para aquel trabajo.
El viejo manifestó su contento, pasando la callosa mano por la inculta cabellera de su primogénito, quien hasta allí no había demostrado cansancio ni inquietud. Su juvenil imaginación impresionada por aquel espectáculo nuevo y desconocido se hallaba aturdida, desorientada. Parecíale a veces que estaba en un cuarto a oscuras y creía ver a cada instante abrirse una ventana y entrar por ella los brillantes rayos del sol., y aunque su inexperto corazoncito no experimentaba ya la angustia que le asaltó en el pozo de bajada, aquellos mimos y caricias a que no estaba acostumbrado despertaron su desconfianza. Una luz brilló a lo lejos en la galería y luego se oyó el chirrido de las ruedas sobre la vía, mientras un trote pesado y rápido hacía retumbar el suelo.
-¡Es la corrida! -exclamaron a un tiempo los dos hombres.
-Pronto, Pablo -dijo el viejo-, a ver cómo cumples tu obligación.
El pequeño con los puños apretados apoyó su diminuto cuerpo contra la hoja que cedió lentamente hasta tocar la pared. Apenas efectuada esta operación, un caballo oscuro, sudoroso y jadeante, cruzó rápido delante de ellos, arrastrando un pesado tren cargado de mineral. Los obreros se miraron satisfechos. El novato era ya un portero experimentado, y el viejo, inclinando su alta estatura, empezó a hablarle zalameramente: él no era ya un chicuelo, como los que quedaban allá arriba que lloran por nada y están siempre cogidos de las faldas de las mujeres, sino un hombre, un valiente, nada menos que un obrero, es decir, un camarada a quien había que tratar como tal. Y en breves frases le dio a entender que les era forzoso dejarlo solo; pero que no tuviese miedo, pues había en la mina muchísimos otros de su edad, desempeñando el mismo trabajo; que él estaba cerca y vendría a verlo de cuando en cuando, y una vez terminada la faena regresarían juntos a casa. Pablo oía aquello con espanto creciente y por toda respuesta se cogió con ambas manos de la blusa del minero. Hasta entonces no se había dado cuenta exacta de lo que se exigía de él. El giro inesperado que tomaba lo que creyó un simple paseo, le produjo un miedo cerval, y dominado por un deseo vehementísimo de abandonar aquel sitio, de ver a su madre y a sus hermanos y de encontrarse otra vez a la claridad del día, sólo contestaba a las afectuosas razones de su padre con un "¡vamos!" quejumbroso y lleno de miedo. Ni promesas ni amenazas lo convencían, y el "¡vamos, padre!", brotaba de sus labios cada vez más dolorido y apremiante. Una violenta contrariedad se pintó en el rostro del viejo minero; pero al ver aquellos ojos llenos de lágrimas, desolados y suplicantes, levantados hacia él, su naciente cólera se trocó en una piedad infinita: ¡era todavía tan débil y pequeño! Y el amor paternal
adormecido en lo íntimo de su ser recobró de súbito su fuerza avasalladora.
El recuerdo de su vida, de esos cuarenta años de trabajos y sufrimientos, se presentó de repente a su imaginación, y con honda congoja comprobó que de aquella labor inmensa sólo le restaba un cuerpo exhausto que tal vez muy pronto arrojarían de la mina como un estorbo, y al pensar que idéntico destino aguardaba a la triste criatura, le acometió de improviso un deseo imperioso de disputar su presa a ese monstruo insaciable, que arrancaba del regazo de las madres los hijos apenas crecidos para convertirlos en esos parias, cuyas espaldas reciben con el mismo estoicismo el golpe brutal del amo y las caricias de la roca en las inclinadas galerías.Pero aquel sentimiento de rebelión que empezaba a germinar en él se extinguió repentinamente ante el recuerdo de su pobre hogar y de los seres hambrientos y desnudos de los que era el único sostén, y su vieja experiencia le demostró lo insensato de su quimera. La mina no soltaba nunca al que había cogido, y como eslabones nuevos que se sustituyen a los viejos y gastados de una cadena sin fin, allí abajo los hijos sucedían a los padres, y en el hondo pozo el subir y bajar de aquella marca viviente no se interrumpiría jamás. Los pequeñuelos respirando el aire emponzoñado de la mina crecían raquíticos, débiles, paliduchos, pero había que resignarse, pues para eso habían nacido. Y con resuelto ademán el viejo desenrolló de su cintura una cuerda delgada y fuerte y a pesar de la resistencia y súplicas del niño lo ató con ella por mitad del cuerpo y aseguró, en seguida, la otra extremidad en un grueso perno incrustado en la roca. Trozos de cordel adheridos a aquel hierro indicaban que no era la primera vez que prestaba un servicio semejante. La criatura medio muerta de terror lanzaba gritos penetrantes de pavorosa angustia, y hubo que emplear la violencia para arrancarla de entre las piernas del padre, a las que se había asido con todas sus fuerzas. Sus ruegos y clamores llenaban la galería, sin que la tierna víctima, más desdichada que el bíblico Isaac, oyese una voz amiga que detuviera el brazo paternal armado contra su propia carne, por el crimen y la iniquidad de los hombres.
Sus voces llamando al viejo que se alejaba tenían acentos tan desgarradores, tan hondos y vibrantes, que el infeliz padre sintió de nuevo flaquear su resolución. Mas, aquel desfallecimiento sólo duró un instante, y tapándose los oídos para no escuchar aquellos gritos que le atenaceaban las entrañas, apresuró la marcha apartándose de aquel sitio. Antes de abandonar la galería, se detuvo un instante, y escuchó: una vocecilla tenue como un soplo clamaba allá muy lejos, debilitada por la distancia:
-¡Madre! ¡Madre!
Entonces echó a correr como un loco, acosado por el doliente vagido, y no se detuvo sino cuando se halló delante de la vena, a la vista de la cual su dolor se convirtió de pronto en furiosa ira y, empuñando el mango del pico, la atacó rabiosamente. En el duro bloque caían los golpes como espesa granizada sobre sonoros cristales, y el diente de acero se hundía en aquella masa negra y brillante, arrancando trozos enormes que se amontonaban entre las piernas del obrero, mientras un polvo espeso cubría como un velo la vacilante luz de la lámpara. Las cortantes aristas del carbón volaban con fuerza, hiriéndole el rostro, el cuello y el pecho desnudo. Hilos de sangre mezclábanse al copioso sudor que inundaba su cuerpo, que penetraba como una cuña en la brecha abierta, ensanchándose con el afán del presidiario que horada el muro que lo oprime; pero sin la esperanza que alienta y fortalece al prisionero: hallar al fin de la jornada una vida nueva, llena de sol, de aire y de libertad.
Baldomerlo
Lillo (Lota, 1867 - Santiago de Chile, 1923) Escritor chileno. Influido
por el naturalismo de Zola y los escritores rusos de finales del siglo XIX,
extrajo sus temas de la miserable situación de los mineros de Chile. Tras
fallecimiento de su padre, hubo de ponerse a trabajar en la pulpería de su
ciudad, sin poder finalizar los estudios secundarios en el Liceo de Lebu.
Creció escuchando las historias de los mineros, observando su triste y dura
realidad, y empapándose a la vez de la narrativa realista y naturalista europea
de la época (Balzac, Zola) y de los grandes novelistas rusos, especialmente
Dostoievski. En 1898 se trasladó a Santiago, donde desempeñó trabajos
menores hasta que su hermano Samuel le consiguió un empleo administrativo en la
Universidad de Chile. Ya en sus años juveniles se había despertado en él la
atracción por la poesía; se le conoce un poema titulado El Mar, publicado
en 1898 en la Revista Cómica. En 1903 ganó el concurso de cuentos de la Revista
Católica con el relato Juan Fariña. Colaboró además en revistas como
Zig-Zag y en el diario Las Últimas Noticias. Pero el reconocimiento
general lo obtuvo al relatar magistralmente la dura vida de los mineros
en Sub-terra (1904), obra de lo que se llamaría después
"literatura de denuncia", compuesta por seis cuentos donde se
destacan El grisú y El chiflón del diablo. A éste siguió Sub-sole (1907),
con trece cuentos que relatan temas de la emergente sociedad industrial,
como El alma de la máquina. En 1907, impresionado por la huelga de mineros
y la matanza de la Escuela Santa María de Iquique, Lillo viajó al norte del
país para recoger información y comenzó a escribir La huelga, novela que
nunca terminaría. Parte de su producción de esa época no sería publicada en
libro hasta muchos años después de su muerte: entre 1906 y 1907, Lillo publicó
en algunos diarios doce cuentos que serían recopilados y editados en 1942 por
José Santos González Vera con el título de Relatos Populares. Catorce años
después, José Zamudio publicaba tres cuentos de Baldomero Lillo con el nombre
de El Hallazgo y otros cuentos del mar (1956). Otros tres relatos
suyos serían publicados posteriormente con el título dePesquisa Trágica (1963).
Pese a su brevedad, la obra de Baldomero Lillo es
de extraordinaria relevancia en la historia literaria chilena. Es uno de los
principales exponentes del realismo social, aunque la estética modernista está
presente en sus relatos. Valiéndose de un lenguaje directo, preciso y
sorprendente, sumerge al lector en lo más profundo de las dolencias de su
personajes y en lo sombrío del mundo narrado; sus finales dramáticos y
abruptos, excelentemente trabajados, causan un fuerte impacto.
(http://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/lillo_baldomero.htm)
viernes, 15 de marzo de 2013
El nuevo Papa me da susto.
La llegada de un latinoamericano al puesto de Papa es un
revés al pensamiento liberal y progresista del subcontinente y una bofetada a
las víctimas de las dictaduras latinoamericanas. Es una amenaza a las
libertades tan duramente conseguidas. Se dice que fue este hombre, argentino, el elegido ya que en Europa el
catolicismo está en crisis y en Africa hay una gran mayoría musulmana, es
decir, Latinoamérica es el último bastión de corderitos. Sin América Latina la
religión cristiana sería casi exclusivamente de Europa.
Si hay un rasgo trágicamente definitorio de América Latina
es la corrupción e impunidad rampantes que le azotan desde tiempos coloniales.
Europa fue civilizada por los árabes, en tanto América fue sifilizada por los
europeos, eso incluye la imposición de su religión, un viejo instrumento de
control, exclusión y dominación que ha sido un pilar en la formación de la
sociedad de castas latinoamericana y un dique para el progreso, los derechos y la
liberación de sus habitantes. La extensión de la verdadera fé fue uno de los
móviles y justificaciones de la conquista. De ahí los rasgos característicos de
los religiosos evangelizadores y misioneros que no se limitan a los problemas
espirituales, llegan a intervenir en áreas esenciales de la formación de las
sociedades latinoamericanas, como la educación, la salud, el estado civil y
registro de personas, inhumaciones, ayuda social, etcétera y a menudo es la
organización más fuerte. Asimismo, la Iglesia en el Nuevo Mundo logró acumular
una cantidad enorme de riqueza y de tierras. En México, llegó a ser la primera
propietaria del país al concentrar cerca de la mitad de las tierras
cultivables.
Desde las guerras de independencia hasta la teología de la
liberación, desde el pensamiento científico hasta las vacunas y la prevención
de enfermedades como el SIDA, desde el concepto igualitario de mujer hasta el amor entre
personas del mismo sexo o el sexo por placer, la maternidad elegida, la paternidad
de parejas homosexuales, las otras religiones, todos y cada uno de estos temas han sido condenados
por la Iglesia. Pero no solo eso, han ido más allá, han tomado las armas contra
los que no piensan como ellos, los han entregado al enemigo, los han quemado en
leña verde y más atrocidades que son de sobra conocidas. La historia de la
Iglesia en Latinoamérica es la historia de las traiciones, la historia de los
curas del pueblo y los jerarcas eclesiales, la historia del pensamiento más
retrógrado aniquilando cualquier manifestación de libertad, de cambio, cualquier atisbo de emancipación.
En México, el movimiento de Reforma decidió la venta de los
bienes de la Iglesia –desamortización- y promulgó una constitución liberal y
laica (1857) que otorgaba la libertad de culto y realizaba la separación Iglesia -Estado. Lo anterior desencadenó la furia del clero y una guerra de tres años que
culminó con una enorme deuda externa, el triunfo del bando de los liberales
con Juárez, el retiro del nuncio apostólico en 1865 y la prohibición de la enseñanza religiosa en las escuelas. Para finales del siglo
XIX, el porfiriato establece una relación
de facto que la Iglesia acepta. En el siglo XX la cuestión religiosa,
nuevamente y a pesar de la secularización de la sociedad, volvió a llamar a las
armas desatando una cruzada contrarrevolucionaria (guerra cristera) que es a la
vez un movimiento mesiánico y una rebelión contra la modernización social. Así
pues, en México, la lucha contra esta fuerza ultramontana contribuyó
al nacimiento de un nuevo nacionalismo centrado en el Estado. A partir de la
Constitución de 1917 la Iglesia es desconocida como institución jurídica
independiente y pasa a ser sujeto de control del Estado. En el continente aunque casi todos los países refieren tener un Estado laico, la realidad es muy distinta ya que la influencia e intromisión de la Igliesia en ámbios que le trascienden es vigente al día de hoy. Un claro ejemplo es la leyenda "In God we trust" impreso en los billetes estadounidenses que contradice la Primera Enmienda a la Constitución de EEUU.
Ahora, después de un siglo de luchas sociales y guerras
civiles donde la participación de la Iglesia ha sido más que cuestionable, incluso
contra los de su misma grey (a los que ha considerado traidores, socialistas, comunistas o
desechables) y en franca decadencia, con un grupo de clérigos envejecido y
reducido tanto su numero de miembros clericales como feligreses, la Iglesia en
Latinoamérica regresa por sus fueros.
El nuevo Papa me da susto porque representa lo más nefasto y
retrógrado de nuestras sociedades. Desde que México reestableció relaciones con
el Vaticano, el papel de la Iglesia ha sido abiertamente opositor a cualquier
cambio hacia una sociedad emancipada y diversa. Ha luchado por revertir el pensamiento libertario, democratizador e igualitario de las sociedades latinoamericanas e
imponer su visión única, por uniformar y aniquilar la riqueza del mosaiquismo
cultural que ofrece este continente. Algunos señalan que es mejor así, la Iglesia y
sus intenciones fuera del clóset, ya que de todos modos tenía poder e influencia
por debajo de la mesa. Es cierto, pero
ese activismo político y esa importante presencia en los medios no tiene
precedente y los actores principales no han sido ni probos ni progresistas. La iglesia
ha sido cómplice de las dictaduras y sus horrores, cuando no activo
participante. Ha hecho todo lo posible por frenar las reformas sobre divorcio,
matrimonios del mismo sexo, programas de salud (desde los de vacunación hasta
los de control natal), aborto, derechos humanos, programas educativos, el arte,
la vida secular, el laicismo, la pluralidad religiosa, los programas de
investigación y divulgación científica, la libertad e igualdad de la mujer en todos los aspectos
(como ser humano, en el campo laboral, sexual, social, familiar, etc.).
El nuevo papa me da susto porque significa un espaldarazo a
la reconquista espiritual de Latinoamérica, justo cuando estas sociedades
reconocen, aceptan y disfrutan su inmensa riqueza y diversidad cultural. Porque
significa el regreso de las guerras morales contra unas sociedades que abrazan
las libertades de la democracia, las infinitas posibilidades éticas y
espirituales que existen, que entienden la diferencia como fuente de
conocimiento y no de miedo, que prefieren la empatía en vez de la compasión
cristiana, la solidaridad en vez de la limosna, la educación y el libre
pensamiento en vez de los dogmas y la fé, el argumento sobre la creencia.
Sociedades que buscan la responsabilidad sobre la culpa y la justicia por
encima de la impunidad. Sociedades que entienden el perdón como un proceso de
sanación y aprendizaje no como un “borrón y cuenta nueva”. Que entienden la
conciliación como reencuentro de una sociedad fracturada, no tener que cenar
junto al victimario, ni al verdugo, ni al cómplice y eso implica que no
queremos a uno de ellos impuesto a la cabeza de una institución trasnacional
que se inmiscuye en asuntos que van más allá de su labor espiritual.
El nuevo Papa me da susto porque es quitarle
al César lo que es del César para dárselo a Dios y eso, en América Latina, siempre ha resultado en
oscurantismo, desgracia y muerte. Me da susto porque no existe institución más opaca, más
vertical y más dogmática que la Iglesia. Porque representa una religión que ha
sido el pilar de la discriminación –los negros, los indígenas, las mujeres- de
la ignorancia inducida de los pueblos, del patriarcado como idiosincrasia
universal, única, incuestionable y
perenne. El nuevo Papa me da miedo porque es jesuita y los jesuitas en América
lograron tanto poder y riqueza que hicieron temblar a las monarquías católicas europeas, por lo
que fueron perseguidos y expulsados, para
volver a reinstalarse a principios del siglo XIX. Me da miedo porque es jesuita
y los jesuitas tienen a la educación como parte de la misión evangelizadora lo
que los ha llevado a poseer instituciones en todos los niveles educativos donde
ofrecen, bajo sus criterios, su propio modelo educativo, lo que no significa
una educación laica y científica. El poder que la Iglesia ha ejercido en la
educación ha servido para imponer y prolongar una ideología, no para educar,
para amansar no para liberar. La educación ha sido usada como método de control
social y de divulgación de un pensamiento y verdad únicos. Ha prolongado el
papel supremacista del hombre blanco, cristiano haciendo terriblemente difícil
el cambio de pensamiento en las sociedades latinoamericanas, promoviendo así
sociedades machistas, racistas, que no necesitan mayor justificación para la
violencia que ejercen pues han sido naturalizadas a través de los procesos
“educativos” que más bien son adoctrinamientos.
El nuevo Papa me da susto, me da tristeza, me parece una
ofensa a nuestras sociedades y una amenaza a nuestra forma de vida y al
pensamiento libertario, es la prolongación de la impunidad que significa la
prolongación de la violencia, los abusos, el crimen. La continuidad de una
forma de organización que no da para más, que se ha evidenciado en toda su
cruel y miserable realidad, la continuidad de la explotación de los recursos
humanos, materiales y naturales en detrimento de todos los habitantes de la zona y en beneficio de
unos pocos que se hallan muy lejos. Es la coronación de la contradicción y la doble moral, es la aprobación del doble discurso, el doble rasero, es la perpetuación de la mentira y la falsedad.
Más información:
América Latina (Introducción al extremo Occidente) de Alain Roque. Ed Siglo XXI, 1989.
Un papa en el patio trasero
Más información:
América Latina (Introducción al extremo Occidente) de Alain Roque. Ed Siglo XXI, 1989.
Un papa en el patio trasero
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